El trekking de Kalaw a Inle Lake es una de las mejores cosas que hacer en un viaje por Myanmar. Para nosotras era EL objetivo del viaje. Se trata de un recorrido de 3 días (puede hacerse en 2 saltando la primera etapa con un taxi) recorriendo los campos, las montañas y por supuesto el lago que separa las poblaciones de Kalaw y Nyaung Shwe.
En la primera parte de este post hablaremos de Kalaw, el pueblo dónde se empieza el trekking, con recomendaciones para dormir y qué agencia escoger. En la segunda parte explicamos nuestro trekking día por día ¡Go!
Kalaw en sí no tiene gran cosa, es un pequeño pueblo rodeado de montañas y dónde se suele empezar el trekking hacia Inle Lake. Lo normal es pasar allí uno o dos días antes de emprender la aventura 🙂
Cogimos el único autobús nocturno directo de Hpa An a Kalaw. El precio innegociable del billete fue 23.000 Kyats (15€) estos autobuses salen cada día entre las 7 y las 8 de la tarde, dependiendo de las condiciones climáticas. Nosotras salimos finalmente a las 20h, el trayecto duró 12h. El autobús no era demasiado cómodo (en Asia, la mayoría de países utilizan sleeper bus con camas). Estos eran más parecidos a los autobuses europeos, con asientos reclinables. Nos dieron una botellita de agua, cepillo de dientes, toallitas húmedas y… ¡dulces! Concretamente un pastelito y un donut.
Nuestra intención era dormir en el famoso hostal Golden Lily, tan recomendado por todos y por la propia Lonely Planet (algún día hablaremos de por qué es mejor no hacerle mucho caso). Aunque seguramente este hotel tiene el mejor precio de todo el pueblo, 15.000 Kyats (9,8€), al ver las habitaciones quedamos bastante desencantadas. Totalmente correctas pero sin ningún tipo de añadido, ni espacio ni lavabo en el interior. Normalmente nos conformamos con poco, pero pensamos que siendo temporada baja y con los hoteles vacíos.. ¡seguro que podíamos conseguir algo mejor! Y efectivamente, así fue. Al final nos quedamos en el Honey Pine Hotel. Con lo que estamos acostumbradas.. ¡eso era un lujo! Habitación de madera, baño privado con agua caliente, aire acondicionado, té y café gratis, wifi y desayuno por solo 17.000 kyats (11,1€). Eso sí.. regateando mucho mucho.
La verdad es que conocimos poco del pueblo, ya que sólo estuvimos un día. Pero si te gusta comer en los puestos callejeros podemos recomendar la calle Railway Station Street, que se encuentra justo a la derecha del mercado del pueblo. Allí comimos unos Shan Noodles con pollo al curry y un arroz con cerdo buenísimos y por sólo 500 kyats (0,32€). Además también podrás encontrar otras paraditas de noodles, barbacoas, paratas (parecido a un crepe),…
Y si te apetece una cerveza bien fría, en esa misma calle esta el Esmerald dónde te serviran una «caña» por 800 kyats (0,52€).
Hay decenas de agencias y guías en la ciudad de Kalaw. Todas realizan recorridos similares, aunque con distintas paradas y pueblos. Así evitan que los turistas se crucen entre ellos. Sabemos que esto es así porque preguntamos en muchas agencias y todas hacían una ruta parecida, pero nunca igual. Nos pareció una estupenda idea. Los turistas pueden gozar de una experiencia más auténtica y los pueblos no se ven tan invadidos por la influencia occidental.
La mayoría de los trekkings empiezan acercándose a un View Point famoso, con vistas a un pequeño lago. En ese tramo sí se encuentran varios grupos de turistas a la vez, pero a partir de allí se emprenden caminos distintos para visitar diferentes pueblos y conocer las 4 etnias que allí habitan.
Después de preguntar en varios sitios nos quedamos con el trekking del hotel Golden Lilly, de la agencia Jungle King. Además de estar recomendado en internet y en algunas guías, dos chicas catalanas muy simpáticas que conocimos en Yangón nos lo recomendaron.
Hablamos con la dueña, que es India (y eso nos pierde) y nos convenció con su ruta. Tiene algo que los demás no tienen: visita a dos colegios y alojamiento una de las noches en un monasterio de pequeños monjes. Peeeero, no visitamos el ViewPoint.
Otra opción que estuvimos a punto de contratar es la también la famosa agencia Uncle Sam. Más o menos es la misma ruta, pero sin escuelas ni monasterio. Dos semanas después conocimos a una pareja que contrató esta compañía y estaban muy contentos con la experiencia.
En la mayoría de agencias, el precio ronda los 40.000-45.000 kyats (26,2-29,5€) por persona, si es en un grupo de 4 o más. En Golden Lilly son 39.000 (25,5€) en temporada baja. Grupos menores pueden ser 50.000-100.000 (32,7-65,5€) por persona. Eso es el precio normal, pero llegamos a ver agencias que pedían 65€ por persona si éramos solo 2. Una locura.
Para este trekking no necesitas demasiadas cosas, piensa que cuanto más lleves, más te pesará la mochila. Nosotras somos de llevar pocas cosas y si hace falta, limpiar una camiseta antes que llevar de más. En la rainy season de Myanmar no hace frío, aunque en las montañas por la noche puede refrescar un poco.
Con una mochila pequeña deberías tener suficiente para llevar:
Salimos de Kalaw a las 9 am, algunos miembros de nuestro grupo (éramos 6) no habían comprado chubasquero así que de camino compramos uno. A las 9.30 estábamos en la estación de tren de Kalaw, el punto dónde se empieza en la agencia Jungle King.
Al principio tocó algo de subida, fácil, nada del otro mundo. A la media hora ya estábamos haciendo un tea break, parecía que nuestro guía, Sherlock (así se hacia llamar), se lo tomaba con calma.
Ascendimos durante un rato más hasta llegar a un llano, desde dónde podíamos ver la llanura del valle a nuestros pies. Seguimos por los senderos de la montaña hasta llegar al punto dónde íbamos a comer a eso de las 12.30h. El menú: noodles con huevo, sopa, ensalada de tomate, cebolla y cacahuete y de postre mango. Muy rico y buenas cantidades.
El tramo de tarde fue un agradable paseo en las «alturas», entre interminables campos y búfalos.
A eso de las 16.30h llegamos al pueblo de Kyauk Su, dónde íbamos a pasar la noche. Nos acogió una agradable familia de la etnia Pa Oh, con su típica vestimenta negra y el pañuelo naranja en la cabeza. El pueblo en sí, de 4 casas contadas, era muy auténtico, con muy poca gente pero hicimos unos amigos la mar de simpáticos.
En la casa, de dos plantas (almacén y dormitorio), dormimos en los típicos colchones delgados en el suelo, en la habitación de al lado de la propia familia. Lo mejor de la casa era la ducha en el exterior, tres paredes rotas de bambú, sin techo, al aire libre. Núria se desnudó completamente para echarse el agua del cazo que nos dieron y gritó por dos motivos. 1- el agua estaba helada 2- cuando terminó se dio cuenta que dos niños habían estado observándola todo el rato, escondidos detrás de unas bolas de tierra y viéndola a través de los agujeros de las paredes rotas… ¡listillos!
Lo mejor vino a la hora de cenar. El cocinero (una persona de la propia agencia que se encarga de transportar los alimentos a los alojamientos y cocinar allí), junto con el padre de la familia y nuestro guía nos habían preparado un delicioso festín. El denominado arroz con curry (no todo es curry pero en Myanmar lo llaman así) con más de 7 acompañamientos distintos. Pescado, coliflor, patata, vegetales de todo tipo, ensalada… SUPREMO. No podíamos más pero seguíamos comiendo de lo rico que estaba todo. De postre té y dulces típicos.
Tras una noche de lluvias torrenciales durmiendo tan a gustito a cubierto con las mantas, nos despertamos con un ambiente frío y nublado. Los niños del pueblo ya correteaban por los alrededores de la casa y nos despertaron del todo. Aunque no había quién nos sacara de las mantas, nuestro guía nos llamó para el desayuno y empezó el movimiento.
El menú del desayuno no dejó de sorprender. Pooris. Y en la mesa todo tipo de fruta y un plato de coliflor con patata para los que prefieran salado. Té y café. Ya estábamos todos rodando de nuevo.
Una hora más tarde emprendimos nuestro camino. Las lluvias de la noche anterior habían mojado mucho la tierra del camino, convirtiéndola en barro y resbalones continuos. Por suerte, no fue todo el camino así.
Después de andar en bajada durante unas dos horas, nos detuvimos en la tienda de un pueblo llamado Nantaing para el tea break. Nuestro guía se puso a hablar con la gente local y muy contento vino a informarnos de que era día de mercado ¡Pues ahí que voy!
Fruta, pescado, artículos para el hogar, cremas, bálsamos, frutos secos… ¡de todo! Nos entretuvimos un buen rato entre las tiendas.
El siguiente tramo de una hora fue una pequeña subida y luego una llanura de campos.
Paramos para comer en un pequeño puesto, cerca del pueblo de Lat Pan, en la casa de una familia. El menú no fue cómo esperábamos, pero no podíamos quejarnos. Ensalada, sopa y noodles con huevo.
Justo después de comer, la lluvia apretó de nuevo y tuvimos que esperar una media hora más para salir. El tramo de esa tarde fué algo más duro. Hicimos primero una subida fácil hasta una pequeña montaña dónde la cuesta fue un poco más difícil. Por suerte sólo duró unos diez minutos y nos recompensó con una de las mejores panorámicas del trekking. Después de contemplarla durante unos minutos acabamos el recorrido hasta el monasterio dónde nos alojariamos esa noche, cerca del pueblo de Part Tu.
Sólo al ver el monasterio por fuera ya quedamos impresionados. Se escuchó más de un «¡ooooh!». Uno de nuestras principales ilusiones al contratar el trekking era dormir en un monasterio y compartir vivencias con los monjes, en este caso, con pequeños monjes ya que era una residencias para niños de 5 a 12 años.
Entramos en el patio del monasterio y vimos a diferentes grupos de monjes cada uno haciendo una tarea diferente. Habían algunos que machacaban polvora en un mortero enorme, otros construian una especie de recipiente con cañas de bambú y otros no sabíamos exactamente que hacían. Luego el guía nos explicó que todo eso que preparaban era para hacer cohetes para el concurso de fuegos artificiales que se celebraría en la zona.
Dentro del enorme salón del monasterio nos habían preparado una «habitación» con paredes de sábanas para tener algo de intimidad y unas camas iguales que las de la noche anterior: unos finos colchones en el suelo y unas mantas suficientes para no pasar frío.
Una vez instalados nos dirigimos a la tienda del pueblo para comprar unas cervezas (sabemos lo que estas pensando y sí, se puede beber y fumar dentro del monasterio, los que cuidan del lugar lo hacen así que nosotros accedimos a hacerlo también muy extrañados) y unos snacks. Nos sentamos en una de las terrazas y charlamos un rato mientras jugábamos a cartas y contemplábamos a los pequeños monjes corretear por el patio.
En nada, nos llamó el guía por si queríamos preparar la ensalada de la cena: una ensalada típica de Myanmar con un toque mágico de la abuela del guía, unas flores que habíamos recogido por el camino. Limpiamos, hervimos un minuto para desinfectar bien y cortamos las flores, los tomates y los pepinos, picamos los cacahuetes y lo pusimos todo en un bol. Además añadimos aceite de coco, sal, azúcar y lima ¡buenísimo! Os recomendamos que lo probéis en casa, os encantará.
Además de la ensalada nos habían preparado otra vez un arroz con curry pero con platos totalmente distintos a los del día anterior: pollo con curry, judía verde, tofu con una salsa de tomate y cebolla, ocra,… y una sopa de lentejas que nos encantó. Y de postre dulces y té. Y… volvimos a ser bolas humanas.
Eran sólo las 5:30 de la mañana cuándo nos depertaron los monjes correteando por el suelo de madera del monasterio, susurrando entre ellos y luego cantando rezos antes de empezar su desayuno en el mismo espacio dónde nosotros dormíamos. Un poquito más tarde de las 6, cuándo acabaron el desayuno, nos dimos cuenta de que ya sería imposible dormir más. Empezaron con su primera tarea de la mañana antes de ir al colegio: limpiar el suelo.
¿Cuál es la mejor manera de hacer que unos niños de 5-12 años limpien un suelo? Hacer que se saquen una de las partes de la túnica, que la tiren al suelo y que la arrastren por todo el comedor. Cualquier técnica es válida. Así consigues que los niños se lo pasen en grande como si estuvieran en el recreo y que a la vez te dejen el suelo como nuevo, o casi nuevo jeje
Después de estar media hora viéndolos y jugando con ellos nos llamaron para desayunar. Esta vez no hubo ninguna sorpresa: crepes de azúcar, fruta y café o té. Acabado el desayuno, recogimos todo y nos pusimos en marcha. El tiempo estaba horrible desde que nos habíamos levantado y la llovizna nos obligó a salir con los chubasqueros puestos.
Andamos como media hora e hicimos una parada en una pequeña escuela ¡Que ilusión! Teníamos muchas ganas de hacer esta visita y no nos defraudó. El edificio se compone simplemente por una sala, pero en ella estaban 4 grupos de unos 10 niños. Cada grupo era de edades diferentes, formando las distintas clases.
Nos sacamos los chubasqueros empapados, las zapatillas llenas de barro y entramos a la clase. Todos los niños se quedaron alucinados al vernos entrar, pero siguieron con sus clases.
Nos sorprendió mucho la metodología de trabajo que utilizaban: la profesora decía una de las frases apuntadas en la pizarra y los alumnos la repetían como cantando. Así una detrás de la otra, en bucle. Por supuesto cada clase tenía su temario, así que ya os podéis imaginar el ruido que había allí dentro con 40 niños chillando los cánticos de los profesores.
Jugamos un rato con los niños, hicimos dibujos en la pizarra, les dimos unos lápices de colores que habíamos comprado y nos despedimos con una gran sonrisa y un fuerte «Jesuba» (no sabemos cómo demonios se escribe), que significa gracias en Birmano.
Después de disfrutar una hora con los niños volvimos a la realidad. Seguía lloviendo de lo lindo y aún nos quedaba una buena pateada hasta llegar al pueblo dónde íbamos a comer. Según el guía eran sólo un par de horas que acabaron convirtiéndose en unas cuatro… estuvimos casi todo el camino andando por barro. Cuándo no resbalaba el primero, se caía el del medio o el otro metía el pie entero dentro del charco (eh, Núria jaja). Un sendero lleno de obstáculos, pero la verdad es que fue muy divertido.
Nils se convirtió en el equilibrista perfecto. Con sus super zapatillas Nike sin suela iba resbalando por cada bajada que pasábamos. Eso sí, no sabemos cómo se lo hacía el alemán pero no se cayó ni una sola vez ¡qué genio! No corrió la misma suerte Sivan.. su trasero marrón la delataba… Núria pensó que llevar las zapatillas del mismo color era demasiado aburrido, así que ¿porque no cambiarlo? Todo el pie dentro del barro y así es como se consigue la nueva línea de zapatillas «Mud Salomon».
Caminamos durante más o menos una hora por los caminos de barro resbaladizo hasta llegar a una carretera de piedras. Allí nos encontramos a los primeros turistas en todo el trekking. Estaban esperando a una camioneta que les llevara hasta el lago porque ya no podían más. El día no acompañaba y el camino estaba horrible.. pero nuestro grupo decidió que habíamos llegado hasta allí y debíamos acabar. Según el guía eran sólo 30 minutos más, para eso había fuerzas suficientes. 30 minutos… ¡malditos 30 minutos! Y sino preguntádselo a la pobre Shira, que con su pie maltrecho tuvo que aguantar como 1:30h de sufrimiento caminando con una chancla o descalza porque le dolía la zapatilla.
Por fin, con muchas risas y un poco de cansancio, ¿o a lo mejor fue al revés? llegamos al restaurante dónde íbamos a comer. Nos esperaban con un buen plato de arroz blanco acompañado de un huevo frito y una variedad de verduras fritas con una salsa de cacauetes buenísima.
Terminamos de comer y subimos al barco tradicional del lago, fino y alargado, para cruzarlo. En poco más de 30 minutos llegamos al otro lado en el embarcadero del pueblo de Nyaung Shwe.
Allí recogimos las mochilas en el hotel dónde nos las habían enviado desde Kalaw y nos despedimos de los que habían sido unos compañeros fantásticos de trekking.
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Aquest estava esperant ????
Muchas gracias por este post!!!! Me ha gustado mucho y creo que nos va a ayudar mucho a la hora de elegir tanto trekking como alojamiento ?
¡Gracias Carmela!
Nos alegramos mucho de que nuestro post te sirva de ayuda, ¡disfrutad!